La vida es una milonga
Marzo, hace dos meses que estoy en Mar del Plata, en Argentina, en la patria del Tango, en mi patria.
Aunque internamente siento que estoy hace más tiempo, como un año.
Del frío bajo cero y la nieve, a 30º de calor húmedo, con un sol generoso. Fue un lindo verano.
De la tranquilidad y el espíritu navideño de Flensburg, a la ciudad turística por excelencia, donde hay quilombos pra elegir.
De los coches que paran en cada esquina y la gente que espera el cambio de semáforos para cruzar; al caos y la anarquía de los conductores y peatones.
De la vida social tranquila, aprendiendo un nuevo idioma y conociendo otra cultura muy distinta a las que estube; a una situación familiar triste, fatalmente triste.
Y si, a empezar de nuevo...otra vez de nuevo? o otra nueva experiencia?
Hace poco ví una peli, La suerte esta hechada, con Gastón Paul, realmente muy buena; la recominendo.
En ella, el profe de tango, Laurencio le dice a Guillermo (Gastón Paul): "en la vida uno repite y repite, por eso comete siempre los mismos errores. La evolución esta en el cambio".
Laurencio: "¿Con cuantas chicas estuviste?"
Guillermo: "Con varias..."
L: "¿Estás seguro?"
G: (mirada de "que me quieren decir")
L: "¿Eran distintas o siempre la misma? Cambiamos el envase, pero el contenido es el mismo."
Así que en cuanto pude, empecé a frecuentar las milongas.
La primera en un pequeño centro cultural, donde se nota que en su ambiente todos se conocen y son como un clan.
Me quedo observando y veo mucho de eso que llaman tango nuevo al bailar, donde much@s bailarines están rodeados de un aurea de histeria.
De repente, veo un señor mayor con toda la pinta de los viejos milongueros, es el único que tenía estilo al bailar.
Mi atención se quedó concentrada en el, los demás se parecían a las peleas de la película Matrix. No se si volaban, saltaban o hacían artes marciales, pero quedaron congeladas mientras disfrutaba viendo a este milonguero y como disfrutaba la chica que estaba con el.
Se llama Aldo, que casualmente su mesa estaba al lado de la mía.
Nos pusimos a charlar , 82 años, parece de 60, con un espíritu y una catitud ante la vida de un chico con 20 años, (he incluso con más pilas que muchos de 20).
"A mí el tango me rejuvenece", me dijo, al comentarle que me gustaba su estilo.
La segunda milonga que conozco es en un centro español.
Es la que más me gusta, tiene un salón muy amplio y cómodo, con mucha gente de todas las edades, con un aire familiar donde reina la camaradería, como las reuniones familiares cuando era chico.
La tercera, un lugar donde históricamente va gente madura. Quizás la más milonguera, en el sentido de que predomina edades de 60 para arriba, generaciones de los clásicos milongueros, que "ya fueron y vinieron varias veces".
Muy buena selección de tangos para bailar.
Mientras terminaba de fumar mi cigarrillo antes de entrar, converso con un señor que recién empezaba el suyo. Un turista de Buenos Aires que todos los veranos frecuenta la feliz unos días.
Un dandi, traje impecable, con todos los detalles a tono, el pañuelo, los colores y los zapatos que parecen espejos.
Nos ponemos a charlar; ex militar, guitarrista, apasionado del folclore, profesor de zamba y chacarera, amigo del Chúcaro, y ex guitarrista de Aníbal Troilo.
"Tocaba a veces con Troilo, yo era una guitarra de reserva, por mi profesión no tenía tiempo para dedicarme a la música, aunque el Gordo, me quería más seguido con el".
"No soy un gran bailarín de tango, lo mío es la zamba y la chacarera donde "la gasto" como dice la canción de Guaraní al Chúcaro, pero el tango lo siento y lo bailo sencillo".
Se llama Raúl y me invita a sentarme a su mesa, que como buen dandi, no puede haber otra cosa que un balde de champú.
Mientras le hace un gesto a la camarera para que traiga otra copa, llama a una ocasional amiga, también turista y milonguera. Se llama Analía y mientras charlamos sobre las milongas de Buenos Airs y me recomiendan lugares, Raúl me dice: "Bailá con ella, ella sabe seguir".
Aunque nunca tengo reparos en bailar con alguien, me sentí un poco intimidado, porque estaba antes dos pesos pesados de la milonga y de la vida.
Después de bailar la tanda, dirigiéndonos a la mesa, ella me dice: "Muy bien nene, pero el hombre tiene que sentirse seguro al bailar. Si tiene dudas se la transmite a la mujer"; seguramente percibiendo que me pasé de respetuoso al bailar y me faltó un poco más de arrogancia.
El: "Bien pibe, caminas el tango y eso es lo más importante".
Entre recomendaciones de ambos de que milongas tengo que visitar en Baires y las acnédotas de vida de Raúl que son para escribir un libro, me quedó patente una frase: "Si querés aprender a bailar bien el tango, tenés que venir a las milongas, es la mejor escuela."
Al volver a casa de la milonga, en el bondi, me encuentro con Lucas, un viejo amigo que no veo desde hace 10 años y que curiosamente empezó a aprender a bailar tango hace 10 años, al que tuvo que dejar por cuestiones de laburo.
Con el, empezamos a frecuentar una milonga abierta, todos los sábados en una plaza de la calle Güemes, donde enseñan tango en la primera media hora. Yo le hago la pata para que recupere el tango, ya que quiere ir a las milongas.
Tiene talento, pero le falta la confianza al bailar, como decía Analía, para utilizar lo poco que sabe.
Esto fue enero y febrero, Ahora marzo. En la ciudad se empiezan a verse pocos turistas y empiezan a florecer los guardapolvos blancos que van o salen del cole.
Esta quincena será el último coletazo turístico para los comerciantes, donde los contingentes de la 3º edad dejarán su dinero. Después fin de temporada. Y se acabará esta tanda.
Después la vida marplatense y a seguir bailando.
Aunque internamente siento que estoy hace más tiempo, como un año.
Del frío bajo cero y la nieve, a 30º de calor húmedo, con un sol generoso. Fue un lindo verano.
De la tranquilidad y el espíritu navideño de Flensburg, a la ciudad turística por excelencia, donde hay quilombos pra elegir.
De los coches que paran en cada esquina y la gente que espera el cambio de semáforos para cruzar; al caos y la anarquía de los conductores y peatones.
De la vida social tranquila, aprendiendo un nuevo idioma y conociendo otra cultura muy distinta a las que estube; a una situación familiar triste, fatalmente triste.
Y si, a empezar de nuevo...otra vez de nuevo? o otra nueva experiencia?
Hace poco ví una peli, La suerte esta hechada, con Gastón Paul, realmente muy buena; la recominendo.
En ella, el profe de tango, Laurencio le dice a Guillermo (Gastón Paul): "en la vida uno repite y repite, por eso comete siempre los mismos errores. La evolución esta en el cambio".
Laurencio: "¿Con cuantas chicas estuviste?"
Guillermo: "Con varias..."
L: "¿Estás seguro?"
G: (mirada de "que me quieren decir")
L: "¿Eran distintas o siempre la misma? Cambiamos el envase, pero el contenido es el mismo."
Así que en cuanto pude, empecé a frecuentar las milongas.
La primera en un pequeño centro cultural, donde se nota que en su ambiente todos se conocen y son como un clan.
Me quedo observando y veo mucho de eso que llaman tango nuevo al bailar, donde much@s bailarines están rodeados de un aurea de histeria.
De repente, veo un señor mayor con toda la pinta de los viejos milongueros, es el único que tenía estilo al bailar.
Mi atención se quedó concentrada en el, los demás se parecían a las peleas de la película Matrix. No se si volaban, saltaban o hacían artes marciales, pero quedaron congeladas mientras disfrutaba viendo a este milonguero y como disfrutaba la chica que estaba con el.
Se llama Aldo, que casualmente su mesa estaba al lado de la mía.
Nos pusimos a charlar , 82 años, parece de 60, con un espíritu y una catitud ante la vida de un chico con 20 años, (he incluso con más pilas que muchos de 20).
"A mí el tango me rejuvenece", me dijo, al comentarle que me gustaba su estilo.
La segunda milonga que conozco es en un centro español.
Es la que más me gusta, tiene un salón muy amplio y cómodo, con mucha gente de todas las edades, con un aire familiar donde reina la camaradería, como las reuniones familiares cuando era chico.
La tercera, un lugar donde históricamente va gente madura. Quizás la más milonguera, en el sentido de que predomina edades de 60 para arriba, generaciones de los clásicos milongueros, que "ya fueron y vinieron varias veces".
Muy buena selección de tangos para bailar.
Mientras terminaba de fumar mi cigarrillo antes de entrar, converso con un señor que recién empezaba el suyo. Un turista de Buenos Aires que todos los veranos frecuenta la feliz unos días.
Un dandi, traje impecable, con todos los detalles a tono, el pañuelo, los colores y los zapatos que parecen espejos.
Nos ponemos a charlar; ex militar, guitarrista, apasionado del folclore, profesor de zamba y chacarera, amigo del Chúcaro, y ex guitarrista de Aníbal Troilo.
"Tocaba a veces con Troilo, yo era una guitarra de reserva, por mi profesión no tenía tiempo para dedicarme a la música, aunque el Gordo, me quería más seguido con el".
"No soy un gran bailarín de tango, lo mío es la zamba y la chacarera donde "la gasto" como dice la canción de Guaraní al Chúcaro, pero el tango lo siento y lo bailo sencillo".
Se llama Raúl y me invita a sentarme a su mesa, que como buen dandi, no puede haber otra cosa que un balde de champú.
Mientras le hace un gesto a la camarera para que traiga otra copa, llama a una ocasional amiga, también turista y milonguera. Se llama Analía y mientras charlamos sobre las milongas de Buenos Airs y me recomiendan lugares, Raúl me dice: "Bailá con ella, ella sabe seguir".
Aunque nunca tengo reparos en bailar con alguien, me sentí un poco intimidado, porque estaba antes dos pesos pesados de la milonga y de la vida.
Después de bailar la tanda, dirigiéndonos a la mesa, ella me dice: "Muy bien nene, pero el hombre tiene que sentirse seguro al bailar. Si tiene dudas se la transmite a la mujer"; seguramente percibiendo que me pasé de respetuoso al bailar y me faltó un poco más de arrogancia.
El: "Bien pibe, caminas el tango y eso es lo más importante".
Entre recomendaciones de ambos de que milongas tengo que visitar en Baires y las acnédotas de vida de Raúl que son para escribir un libro, me quedó patente una frase: "Si querés aprender a bailar bien el tango, tenés que venir a las milongas, es la mejor escuela."
Al volver a casa de la milonga, en el bondi, me encuentro con Lucas, un viejo amigo que no veo desde hace 10 años y que curiosamente empezó a aprender a bailar tango hace 10 años, al que tuvo que dejar por cuestiones de laburo.
Con el, empezamos a frecuentar una milonga abierta, todos los sábados en una plaza de la calle Güemes, donde enseñan tango en la primera media hora. Yo le hago la pata para que recupere el tango, ya que quiere ir a las milongas.
Tiene talento, pero le falta la confianza al bailar, como decía Analía, para utilizar lo poco que sabe.
Esto fue enero y febrero, Ahora marzo. En la ciudad se empiezan a verse pocos turistas y empiezan a florecer los guardapolvos blancos que van o salen del cole.
Esta quincena será el último coletazo turístico para los comerciantes, donde los contingentes de la 3º edad dejarán su dinero. Después fin de temporada. Y se acabará esta tanda.
Después la vida marplatense y a seguir bailando.
Hola,he llegado aqui despues de ver "La suerte esta echada",de siempre me chiflo el Tango,vivo en España pero no me siento español,creo que soy mas argentino que español...me he quedado prendado del salon de baile que sale en la peli y no se si realmente existe,¿Tienes algun dato?
ResponderEliminarTe sigo leyendo porque estoy embobado...
Un saludo!
Hol Alex!
ResponderEliminarSi esos salones existen, ya que Buenos Aires tiene mucha arquitectura Art Nouveau (característica de los salones de la película).
Exactamente no te sabría decir donde estan.
El tango emboba a todo el mundo y cuando te "pica el bichito" del tango ya no hay vuelta atrás.
Recibí un afectuoso saludo;
Guille.